Dani García (Marbella, 1975), uno de los chefs españoles de mayor proyección internacional,  es un caso atípico entre sus colegas de la alta cocina. En 2019 decidía cerrar su restaurante marbellí tres estrellas Michelín y apostaba por llevar su vanguardista visión culinaria a todo el mundo.

En diciembre de 2021 otro de sus restaurantes, el madrileño Smoked Room, apenas seis meses después de su apertura, era premiado de golpe con dos estrellas Michelín, un reconocimiento que no conseguía ningún establecimiento desde 1936.

Formado primero en la malagueña Escuela de Hostelería La Cónsula y luego con el más laureado de los chefs españoles (12 estrellas Michelín), Martín Berasategui, el talentoso cocinero marbellí constituía en 2014 el Grupo Dani García, un emporio que cuenta en la actualidad con una veintena de restaurantes en media docena de países y más de 1.200 empleados. El grupo está formado por las marcas BIBO, Lobito de Mar, Leña, Dani Brasserie, Smoked Room, Babette, Alelí, Kemuri, Casa Dani, Tragabuches, La Chambre Bleue, La Gran Familia Mediterránea y El Pollo Verde. Tiene establecimientos en Marbella, Madrid, Londres, París, Nueva York y Doha, y pronto abrirá otros en Budapest, Amsterdam, Dubai y Miami.

Además de su devoción por los fogones, Dani, galardonado en 2020 con el título de Hijo Predilecto de Andalucía, disfruta y sufre de otra pasión muy diferente: la del golf.

Hándicap 28, juega cuando sus múltiples obligaciones profesionales se lo permiten. Intenta hacerlo cuando está de viaje, pero hay épocas en las que puede pasar más de un mes sin utilizar los palos. Aprovecha sobre todo sus estancias en Marbella, la capital golfística de la Costa del Sol, donde es socio del RCG Las Brisas. Y hay otros campos “que me encantan”, como el RCG Sotogrande y el RC Valderrama. En otras lejanas latitudes, hay uno muy especial para él, aunque todavía sus palos no lo han catado: “Si tuviera una lista de deseos golfísticos, el primero, el segundo y el tercero serían el mismo: jugar en Augusta National, aunque solo sea pegar un golpe en el tee del 1; con eso sería feliz”.

–¿Cuándo y cómo surgió tu afición por el golf?

–Siempre he tenido esa afición. Naciendo en Marbella, es bastante complicado no conocer a alguien que tenga que ver con el golf. Esto es real lo que te voy a decir: siempre he pensado que iba a jugar al golf para que el día que me jubilara poder jugar tranquilamente. Es una cosa que siempre ha estado en mi cabeza. Entonces lo aceleró evidentemente el confinamiento. El Covid hizo que, cuando se empezó a poder salir, comencé a jugar, y luego Noemí Jiménez (jugadora del Ladies European Tour) se puso en contacto conmigo para pedirme una colaboración, a ver si podíamos hacer algo para una fundación que ella tenía, y ahí empecé algo más fuerte. Con ella, con Laurita Gómez (también del LET) y con Ángel Hidalgo me animé a ir más veces a jugar. Laura me dio sus palos y empecé a jugar con ellos y tal, y al final me fui picando, picando, di algunas clases, me compré una acción de Las Brisas y así han sido mis inicios.

–¿Con qué palos te manejas mejor?

–Los híbridos se me dan bien, wedge también y el putt se me da bien. Me cuestan más los hierros… mientras más grados se me dan mejor y mientras menos grados se me dan peor, Y con el driver tengo mis días. Hay días que salgo al campo y me digo ya sé jugar al golf, pero cuando vuelvo me doy cuenta de que uno nunca sabe jugar al golf.

–¿Cuál ha sido tu mayor alegría en un campo de golf?

–Son cosas probablemente muy absurdas para un golfista que sepa mucho –yo sé poco–, pero cuando empecé a ver volar la bola o cuando pego un driver de 220, que para mí ya es mucho, soy tremendamente feliz. De todas formas, lo que más me motiva es un wedge y escuchar el bote en el green y sobre todo arreglar el pique, porque quiere decir que entonces algo he hecho bien. Es algo que me hace mucha ilusión. Evidentemente en 18 hoyos pasan muchas cosas malas, sobre todo cuando no sabes mucho, pero cuando pasan las buenas te llevas una gran alegría.

–¿Y tu mayor decepción?

–Siempre hay hoyos que se te atragantan, pero es verdad que cuando empecé ni siquiera llegaba a terminar los hoyos. Cogía la bola porque siempre hay gente detrás y para eso yo soy bastante respetuoso. No hacer doce golpes, sino coger la bola e irte. Por suerte, de un tiempo a esta parte eso ya no me pasa y suelo terminar todos los hoyos casi siempre.

–¿Qué es lo que más aprecias en un campo de golf?

–Aunque no sepa jugar bien, me encantan los campos complicados. Hay gente que lo pasa mal en Valderrama, y yo sin embargo disfruté muchísimo el día que lo jugué porque me gustan también ese tipo de campos más complejos. Creo que el golf es según cómo te lo tomes y según la capacidad evidentemente que tengas de mover la bola. Que tienes un árbol delante, pues, joder, macho, qué vamos a hacerle, la echas a la calle e intentas hacer un tercer golpe lo más preciso posible. Me gustan los campos complicados, y lo más impresionante que he visto en vivo es Augusta. Las calles son tremendas, yo creo un mal driver de los míos no se sale, por lo menos en el 1.

–¿Ves alguna similitud entre el golf y la cocina que practicas?

–Lo podríamos comparar con la alta cocina, que está llena de matices. Cualquier plato, cualquier movimiento, son gestos, un poco más de sal, un poquito más de una cosa u otra o de tiempo de pochado o de reducción, etc., el plato lo cambia de una manera radical. De que sea de 7 a que sea de 10. El swing del golf es exactamente igual, una cantidad de matices que si los juntas todos hacen que sea maravilloso pero si falla alguno pues ya le falta un poco de sal, le faltan poco reducción, la cocción se ha pasado o no… Al final hay una similitud tremenda.

–¿Son sibaritas gastronómicos los golfistas que conoces o les gustan los platos sencillos?

–Es una pena, pero la verdad es que no son sibaritas. Creo que hay que hacer algo ahí. Los pocos que conozco son más de producto, de carne, chuletón, hamburguesa… Es verdad que la gastronomía en el mundo del golf es demasiado standard. Creo que al final es también por una cuestión de rapidez, la manera de comer… pero claro al final es como un aeropuerto, son bocadillos, hamburguesas, y evidentemente la gastronomía es mucho más. Sí que me gustaría que hubiese un punto más elevado de lo que se hace hoy día.

–¿Se te ha pasado por la cabeza crear un plato especial para el golfista, una alternativa al club sandwich?

–Verdaderamente sí que me impresionó, ya no te digo que no estaba rico, pero es más el concepto de branding y de marca de Augusta también. La verdad es que una vez que estuve allí digo: si yo llevara la gastronomía de un campo de golf lo primero que haría es intentar hacer un hilo sobre el mundo del golf en general porque creo que en todos los clubes de golf del mundo debería de haber un sandwich Pimiento Cheese Sandwich, en honor a Augusta, y así un poco sucesivamente. Creo que habría mucho que hacer para que la gastronomía tuviera un hilo conductor con el golf mucho más directo y sobre todo a nivel filosófico y conceptual de lo que se hace hoy día.

–Sé sincero y no te cortes, ¿qué restaurantes recomendarías a las decenas de miles de golfistas que visitan Marbella cada año?

–Por el perfil del golfista, probablemente tanto Lobito como Leña y Tragabuches serían los más adecuados. Tal vez Alelí también porque es pasta italiana y tal. Si hubiera que elegir uno, sería probablemente Tragabuches, que encaja más con los gustos del golfista.