
Tras el declive, desgraciadamente, de Tiger Woods parece que todo el golf norteamericano está también de bajada.
El dominio que ejercían sus jugadores sobre el golf mundial, de momento, ha pasado a mejor vida. Europeos, sudafricanos, australianos, incluso coreanos y japoneses se les suben a las barbas y amenazan con relegar al papel de segundones a las grandes estrellas que compiten en el Tour más grande y mejor dotado.
Ahora también un casi imberbe (22 años) amenaza el trono del rey. Rory McIlroy ha dejado de ser una promesa para convertirse en una fulgurante realidad tras ganar el Abierto de los Estados Unidos con una superioridad aplastante, sin que ninguno de sus rivales proyectase sobre él su sombra amenazadora. Fue su desquite del Masters.
El joven norirlandés se mostró sereno en el triunfo, no explotó de alegría. Simplemente, con una sonrisa aun de niño, se abrazó a su padre como si supiese que este es sólo el primer grande que le depara su carrera.
Ya se le considera el sucesor natural de Wood, si es que el Tigre no regresa algún día por sus fueros.
Rory, que ganó el Open USA con 16 bajo par, todo un record para un evento que se ha disputado 111 veces y que ha encumbrado a los mejores golfistas de la historia, causó sensación a la prensa internacional. Quizá la mejor descripción de él en este torneo la hizo The New York Times : “Una sonrisa de adolescente, alguna carcajada ocasional, un hombre joven juega un golf casi perfecto y disfruta de un paseo por los campos lujosos del Congressional Country Club”.
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