
Seve juega golpes que incluso yo no puedo visualizar en mis sueños”. No hay mejor definición que la de Ben Crenshaw para definir el descomunal talento de uno de los más grandes golfistas de la historia. Un hito que se ha convertido, por desgracia de la temprana parca, en un mito.
Ha sido España cuna de inmensos talentos a lo largo de su dilatada historia. Los Cervantes, Goya, Velázquez y Picasso han dado paso en el siglo actual a los modernos héroes de nuestro tiempo: los deportistas. En un mundo catódico en el que los espectáculos deportivos hiptonizan a la sociedad y donde la televisión se ha convertido en el faro de la nueva civilización, nuestro país sigue alumbrando al mundo con sus destellos de genialidad. Ahí están Rafa Nadal, la selección española de fútbol, equipos ‘multinacionales’ como el Barcelona y el Real Madrid, Jorge Lorenzo, Dani Pedrosa, Fernando Alonso, Pau Gasol, Alberto Contador y un nutrido ramillete de deportistas que hacen grande a su país. Y antes disfrutamos con los triunfos internacionales de jabatos como Carlos Sainz, Miguel Induráin, Perico Delgado, Ángel Nieto, Paquito Fernández Ochoa, Manolo Santana, Federico Martín Bahamontes…
Pero si hubo uno un deportista que engrandeció e internacionalizó a España en un terreno hasta entonces prácticamente ignoto en nuestro país, ése fue sin duda Severiano Ballesteros. Su nombre saltó a la palestra mundial cuando, con sólo 19 años, finalizó segundo en el Open Británico. Aquel muchacho natural de un pequeño pueblo del norte de España dio ya entonces muestras del juego valiente e imaginativo que haría muy pronto de él una referencia mundial de este deporte y un carismático jugador con millones de seguidores en todo el planeta.
Seve mamó el golf desde la cuna. No en vano, su padre era jardinero del Club de Golf de Pedreña, distante apenas un centenar de metros de su casa, y su tío Ramón Sota, hermano de su madre, era un de los mejores golfistas de Europa en la década de los 60 (cuatro veces campeón de España de profesionales, sexto en el Masters de Augusta, segundo dos veces en la Copa del Mundo…). Uno de sus tres hermanos mayores (todos ellos luego profesionales del golf) le regaló un hierro 3, con el que Seve empezó a labrar, sin saberlo, su excepcional futuro.
A los diez años jugó su primer torneo de caddies, que dos años más tarde ganaría con 79 golpes. Estaba claro que el muchacho prometía. Entrenaba en la playa y, a hurtadillas y cuando la luna se mostraba generosa, se aventuraba a practicar y soñar en las verdes calles del campo de golf de Pedreña.
Tenía sólo 16 años cuando, en 1974, se hizo profesional. En su pueblo se produjo su primera victoria con su nuevo estatus, en el Open de España Sub-25. Su primer cheque ‘europeo’, el equivalente a 1.680 euros, lo cobró en su tercera aparición en el circuito, en el Open de Italia de 1974, donde quedó quinto.
Tras un periodo de ‘aclimatación’ europea, en 1976 dio el salto definitivo al estrellato. Ganó la Orden de Mérito, y no sólo se alzó con la victoria en el Open de Holanda (su primer triunfo en el Tour, a los 19 años) y el Trofeo Lancome, sino que se impuso en la Copa del Mundo. Su fama se hizo planetaria cuando quedó segundo en el Open Británico (había liderado el torneo los tres primeros días), empatado con Jack Nicklaus, y por detrás de Johnny Miller.
En 1977 encabezó de nuevo la Orden de Mérito en Europa y extendió su triunfos a Estados Unidos, Kenia y Japón. Con 20 años, había ganado ya en los cinco continentes.
Como no podía ser de otra manera, tenía que llegar pronto su primera victoria en un grande, y ocurrió en el Open Británico en 1979, disputado en el Royal Lytham & St. Annes. El talentoso jugador español se convirtió en el ganador más joven del siglo. En su siguiente aparición en un major, el Masters de 1980, volvió a asombrar al mundo: a falta de nueve hoyos llevaba diez golpes de ventaja al segundo. Ganó, claro. Con 23 años se convirtió en el segundo extranjero y primer europeo en conquistar el famoso torneo de Augusta, que ganaría también en 1983. Un año después se imponía en el Open Británico y, tras su último putt en St. Andrews, hacía el gesto que dio origen a su famoso logo, el puño cerrado, la tensión desatada… Seve en estado puro.
En 1988, el jugador de Pedreña sellaba, con una postrera vuelta de 65 golpes, su tercera victoria en el Open Británico, de nuevo en Royal Lytham.
Y si en las competiciones individuales fue un genio, en las de equipo demostró igualmente su maestría, especialmente en la Ryder Cup, que revitalizó como nadie gracias a su carisma.
A finales de los 80, en un libro escrito por cuatro personalidades del mundo del golf, Arnold Palmer, Mark McCormack, Peter Dobereigner y Peter Allis, se podía leer lo siguiente: “Aún antes de ganar el Open en Royal Lytham en 1979, había una importante corriente de opinión golfística que mantenía que Severiano Ballesteros era el número uno. Hacia 1983 cesaron todas las discusiones sobre el tema; el atrevido español estaba en lo más alto del mástil, se midiese con el criterio que se midiese.”
Autoridades versadas en golf han señalado que Severiano reunía la elegancia de Hogan, la habilidad y fuerza de Snead, la potencia y agresividad de Palmer, la tenacidad de Player, la técnica de Nicklaus y la frialdad de Watson.
Seve ha sido el jugador que más victorias ha cosechado en el Circuito Europeo. Sus 50 triunfos superan en ocho al segundo más victorioso, Bernhard Langer. Ballesteros ostenta otro record: ganó como mínimo un título del Tour Europeo durante diecisiete años consecutivos, entre 1976 y 1992.
Se nos ha ido para siempre –nunca en la memoria– un talento inigualable, un genio insustituible… el más grande.
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